Curso: Mentiras verdaderas
Con Sergio Ramírez

Por Andrés Calvo-Sotelo

Cuando llegamos a la Casa de la Maestra de Villavedelle don Sergio nos cautivó con la humildad que sólo tienen los grandes hombres. El maestro nos hablaba con la seguridad que brota siempre de los que conocen bien su oficio. Sostiene don Sergio que no aburrir al lector es sagrado. “No aburras y escribe lo que te dé la gana”, habría dicho San Agustin. Prefiere la sencillez a la floritura y gusta del punto y seguido y todavía más del punto y aparte. Prefiere a Rulfo porque piensa que los cien años de soledad matricularon el realismo mágico y nos asegura que el cuento corto ya no tiene el prestigio que tenía cuando Cortázar los terminaba noqueando al lector. La novela, sostiene el maestro, no es más que el clavo donde se cuelga la realidad y asegura que la gramática a palo seco solo lleva al más profundo e inútil de los sueños. Hay que leer a los rusos y aprender con ellos la gramática o escribir en versos alejandrinos sin saber muy bien qué es verso y qué es alejandrino.

La comida en la Casa de la Maestra interrumpe el arte de la escritura para dar paso al de la gastronomía. La belleza del comedor, la mesa puesta con esmero, la calidez de la chimenea encendida y el orujo blanco se mezclan con una agradable conversación. Se baja la comida con un refrescante paseo vespertino y Asturias y su borrasca hacen que te sientas hijo de la madre naturaleza. Por la tarde, sostiene el maestro, rememorando el paseo, que el arte de la poda se parece mucho al de la escritura y que hay que podar a sangre fría, como Truman Capote, que mezcló dos géneros con el ánimo de atrapar al lector en el engaño de la verosimilitud. Escribir es corregir con el detector de mierda a prueba de golpes que se inventó Hemingway y sostiene con rotundidad que una novela sin conflicto no merece la pena ser escrita.  

Sergio Ramírez, sostengo yo, ha escrito siempre mentiras verdaderas sin rehuir del conflicto. Los buenos libros solo se escriben sin temer a la tormenta. En esta aldea de ensueño y desde su casa mágica sólo deseo que las montañas de la sierra de Guadarrama de Madrid recuerden al maestro a las montañas de su amada Nicaragua, que dibuja con trazo claro cuando dedica sus libros.