CURSO: El arte de leer y el arte de escribir novelas
con Belén Gopegui
Por Alicia Martínez
Generosidad y responsabilidad. Estas serían las dos palabras que definirían el curso celebrado (nunca mejor dicho) en la Casa de la Maestra del 26 al 28 de septiembre. Belén Gopegui ha roto, delicada pero firmememente, los tópicos encorsetados sobre el hecho de leer o la expectativa de escribir. La autora desborda cualquier programa literario porque nos trae la literatura a la vida y a lo que hacemos con ambas. No se nos dio la palabra en vano, tenemos una responsabilidad con la sociedad en la que vivimos, leemos y escribimos.
El viernes 26, Belén Gopegui ofreció una charla en la Biblioteca de Castropol donde deambuló por el concepto de la imaginación. La imaginación también se entrena.
El sábado, el curso comenzó con las reflexiones a partir de textos variados sobre la literatura que nos invitaran a reflexionar sobre qué buscamos en la lectura. ¿Por qué leemos? ¿Para qué o para quién escribimos? ¿Qué aportamos a nuestra sociedad? Y, sobre todo, ¿cómo leemos? La cuestión no es menor, puesto que no nos fue dada la palabra en vano. Sabemos desde hace mucho, desde siempre, que, en realidad, la lectura ha sido una cuestión de clase. En muchas ocasiones, de individualismo. ¿Hasta qué punto podemos o necesitamos aparcar el «yo» para construir una lectura consciente?
A diferencia de un mueble, en un texto no existe la materialidad del objeto. En arte, la forma y el contenido forman una unidad, no hay separación (aunque, para Proust, lo real fuera el arte).
Comentamos la facilidad con que, en ocasiones, entramos en textos que narran el dolor, aspecto del que era muy consciente Tolstói: hay una gran responsabilidad en traer una historia al mundo. ¿Por qué nos resulta más difícil o banal la alegría, momentos de felicidad? ¿Seríamos capaces de escribir algo positivo? ¿Por qué esa fascinación por lo truculento? Tal vez busquemos en los textos la consolación o el conocimiento que no nos ofrece la filosofía. Para crear personajes hay que encontrar la fisura, según la autora argentina Hebe Uhart. Según Carlos Piera, hay dos cosas que nos constan a los humanos: que somos todos iguales, que somos todos distintos.
Belén nos comparte un pensamiento fundamental: si al escribir, se crean acciones y escenas que no vamos a olvidar, será mejor que seamos prudentes. Lo mismo valdría para la lectura. Debatimos entonces acerca de ¿qué hay de malo en leer? ¿Tal vez creer que el mundo es como se plantea en los libros) (Quijote). Pero sí lo podría ser negativo, por ejemplo, si se leen textos que nos puedan llevar a ideas fascistas o racistas o nos hacen creer que sabemos sin saber. Se plantea una interesante pregunta, que podríamos extender a otros aspectos de nuestra realidad: ¿por qué hemos «comprado» tan fácilmente el discurso de «no hay valores»? Si lo destrozamos todo, ¿en qué nos podemos basar para construir un mundo nuevo? Porque, no nos engañemos, también se puede utilizar la literatura para intervenir en la vida pública.
En realidad, ¿es la lectura una forma de separarnos, de distanciarnos? La persona a la que leemos no nos puede contestar y, por lo tanto, quien lee vuelca en el texto lo que quiera o necesite.
Los libros intervienen en la colectividad (no hay más que observar, por ejemplo, la proliferación de clubs de lectura) y deben ser discutidos. Lo que se cuenta, pero también lo que no se cuenta, puesto que los silencios tienen consecuencias. ¿Para qué escribimos, entonces? Existe responsabilidad de quien escribe, puesto que la vanidad es un arma de destrucción masiva. Tal vez, argumenta Jesús Maestro, vivimos en el autoengaño y la literatura, analizada de forma profunda y original, pueden ayudarnos a salir de él.
Analizamos la importancia de la construcción del personaje. En la ficción, construimos a uno y su contrario, los libros nos permiten quitar la plantilla de la realidad… y todo lo contrario. Todos los personajes deben ser respetados (por ejemplo, en las novelas de adulterio, tanto quien engaña como quien es engañado). Es decir, los personajes hacen cosas y esas cosas lo determinan a él y a la historia.
Belén Gopegui nos lleva a uno de los elementos de la narración menos comentados en las aulas: el tono. El tono viene de la tradición oral y tiene que ver con a quién hablas, el narratario, el receptor de nuestra historia. Encontramos el tono cuando sabemos a quién nos dirigimos y aquí encontraríamos esa disolución del «yo» que comentamos más arriba: yo no soy igual ante un auditorio que ante mi amor. Si analizamos la literatura actual, llegaremos a la conclusión de que se ha perdido un poco el tono por la «moda» de la autoficción. Sin embargo, aplicar cierta distancia nos puede ayudar a escribir.
Si tuviéramos que resumir el curso en una idea, sería la de la capacidad transformadora de la literatura. Nuestra existencia tiene como objetivo contribuir a algo y no podemos dejar que se nos arrebate la idea de colectivo, de hermandad.
En realidad, todos los debates que se propusieron en el curso giran en torno a una idea-eje: la utilidad de la literatura para amar la vida, con un amor que requiere entender y formar parte. Ser responsable, ser libres. Gracias, Belén, por tu generosidad y gracias, Sonsoles, por crear un espacio tan hermoso para compartir y dotarnos de herramientas para vivir.